Muerte en Malbone Street




Un hombre tiene que ganarse la vida

Con estas palabras Edward Luciano, de 25 años, intentó justificarse ante los periodistas por haber aceptado conducir un tren sin una preparación suficiente y provocar un accidente en el que perecieron unas 100 personas. Luciano sólo había recibido dos horas de entrenamiento cuando lo habitual era una instrucción de sesenta horas.

El 1 de noviembre de 1918, la ciudad de Nueva York vivió el más mortífero accidente de metro de su historia. Unos 100 pasajeros de un Brighton Beach-BRT resultaron muertos y otros 100 heridos cuando un inexperto conductor perdió el control del tren y lo estrelló contra las paredes de un túnel. En aquella época, la mayoría de las personas que vivían en Brooklyn conocían a alguien que iba en el tren el día de la tragedia.

Edward Luciano era despachador de billetes y consiguió el empleo como conductor de la Brooklyn Rapid Transit (BRT) Brighton Beach ese mismo día. La BRT, firmemente antisindical, había despedido tres docenas de trabajadores por actividades sindicales. Como represalia, los conductores se pusieron en huelga el 1 de noviembre de 1918.

La huelga hizo que la empresa, que quería mantener el servicio a toda costa, le diese a Luciano un curso de sólo dos horas. Edward, se encontraba, además, debilitado por una reciente gripe y emocionalmente estaba muy deprimido por la reciente muerte de su hija de tres años la semana anterior, como consecuencia de esa misma enfermedad. Pero necesitaba el dinero y no pudo rechazar el ofrecimiento de la empresa.

Luciano sabía que la Línea Brighton era especialmente peligrosa: existía en el recorrido una curva en forma de “S”, cerca de Prospect Park.



El tren que debía conducir estaba integrado por cinco viejos vagones de madera, construidos en 1887. La Brooklyn Rapid Transit (BRT) se encontraba en proceso de eliminación gradual de estos trenes tan obsoletos, pero no lo hizo con la suficiente rapidez.

Luciano llegó a Park Row con 10 minutos de retraso e intentó compensar el tiempo perdido, en su camino hacia Coney Island, aumentando la velocidad. Desde un primer momento, Luciano puso de manifiesto que no tenía la suficiente preparación como para controlar el tren.

Al salir de Park Place, Luciano perdió totalmente el control del tren. Cuando pasó por Consumer’s Park (actualmente el Jardín Botánico) no logró detenerse en la estación. El joven conductor, presa ya del pánico, no consiguió dominar el complicado sistema de frenos de aire y el tren entró en la curva en “S” de Malbone Street, en Brooklyn, en la que no se podía superar los 10 Km. por hora, a una velocidad entre 50 y 113 Km. por hora. Finalmente, consiguió pisar el freno con todas sus fuerzas y el tren descarriló.

El primer vagón se quedó en los rieles y sufrió pocos daños. Como puede apreciarse en la primera imagen, incluso la ventana del conductor estaba intacta. Sin embargo, los otros coches no tuvieron la misma suerte: el segundo, tercero y cuarto vagones se hicieron pedazos contra las paredes del túnel, mientras que el quinto coche logró rodar a una parada relativamente intacto.





Esta es la curva de Malbone Street, en Brooklyn. Sólo se permitía una velocidad de 10 Km. por hora, pero Luciano la pasó entre 50 y 113 Km.

Luciano, en la cabina del conductor, resultó ileso y abandonó el lugar del accidente, pero unas 102 personas, que en su mayoría viajaban en los tres coches del centro, murieron o resultaron gravemente heridas o mutiladas.

Tras el impacto, un aturdido pasajero le preguntó al conductor qué había ocurrido. Luciano respondió:

No sé, he perdido el control de la maldita cosa. Eso es todo

Los trabajos de rescate fueron extremadamente difíciles y lentos porque los escombros, en el estrecho túnel, impedían ayudar a los supervivientes o recuperar los cuerpos de los fallecidos.

Decenas de hombres, mujeres y niños fallecieron al instante contra los pilares y el muro de hormigón del túnel o bajo las ruedas, tras caer a los raíles. Algunas personas murieron decapitadas, otras por asfixia y otras entre las vigas de hierro y los fragmentos de madera de los vagones destrozados.

La mayoría de los pasajeros del último coche sólo sufrieron lesiones leves: cortes por vidrio o magulladuras, cuando fueron arrojados de sus asientos tras el impacto. El pánico y la histeria se apoderaron de los sobrevivientes al enterarse de lo que había sucedido en los coches centrales. Tuvieron que salir del túnel sin luz, moviéndose entre asientos rotos, cristales, acero retorcido y personas fallecidas. Muchos trataron de llegar hasta la parte delantera en respuesta a los gritos de los heridos que iban encontrando en su camino hacia el exterior.

La policía y los bomberos no fueron notificados del accidente hasta 20 minutos después, de modo que se retrasó el rescate de los sobrevivientes. Cuando los funcionarios de la Compañía Edison fueron informados del suceso, y de la dificultad de la labor de rescate en la oscuridad, instalaron un sistema de luces de emergencia. A medida que la policía y los bomberos trabajaban, fueron encontrando entre los escombros todos tipo de objetos (bolsos, libros, periódicos, paquetes rotos, pedazos de ropa) y restos humanos. También participaron decenas de médicos y enfermeras, que fueron enviados desde el Departamento de Caridad. También ayudaron activamente mujeres del Women’s Motor Corps of America.



Grandes multitudes de personas se reunieron en el lugar del siniestro buscando a amigos o familiares que pudieran encontrarse en el tren y tuvieron que enfrentarse a la dura experiencia de identificar cadáveres. Algunos acudieron, simplemente, para satisfacer una morbosa curiosidad.

Algunos supervivientes relataron después a los periodistas cómo vivieron el accidente. John Barnett, el único sobreviviente del segundo coche, resumió así lo sucedido:

El coche salió de los raíles y me cayó encima todo el mundo. El conductor tuvo la culpa. Era sólo un niño. Conducía el coche igual que si fuese un automóvil. Era tan terrible

Helen Hartley, que iba en el tercer coche, dijo:

Todas las luces se apagaron. La gente se lanzó hacia atrás. Me golpeé la espalda y la cabeza. Todos se arrojaron hacia adelante en el coche y todo el mundo gritaba. Unos hombres ayudaron a una mujer. Yo sabía que algunas de las mujeres de nuestro vagón habían muerto, no había nada que hacer sino esperar a que me sacaran del coche. La gente gritaba, frenética, era horrible

La repercusión del accidente fue enorme, durante décadas se mantuvo en la memoria colectiva porque numerosos neoyorquinos, sobre todo los que vivían en Brooklyn, conocían a alguien que, de manera más o menos directa, se vio afectado por el desastre. La BRT, que tenía que indemnizar a las víctimas y a sus familiares con 1,6 millones de dólares (unos 24 millones de dólares de hoy) entró en suspensión de pagos casi inmediatamente después. Cinco funcionarios y el conductor de la BRT, Edward Luciano, fueron llevados a juicio.

El Fiscal de Distrito, Harry E. Lewis, manifestó que Luciano era despachador de billetes de trenes y que había sido presionado para que condujera aquel día, como consecuencia de la huelga de conductores. El Fiscal ordenó poner bajo arresto a todos los funcionarios de la BRT que podían haber sido responsables. También los acusó de no haber querido confesar quién era el que conducía el tren para evitar el perjuicio para la empresa.

Poco antes de la una de la madrugada, el día siguiente al del siniestro, el desaparecido conductor fue detenido en su domicilio en Brooklyn y fue interrogado por el Fiscal del Distrito, el alcalde de Nueva York, John Francis Hylan, y el Comisionado de Policía.

El alcalde declaró:

Este hombre ha confesado que nunca había conducido un tren Brighton Beach. Asimismo, ha admitido que, cuando llegó a la curva, llevaba una velocidad de 48 Km. por hora

Sin embargo, un pasajero, que era oficial naval, aseguró que cuando el tren se estrelló iba a unos 112 Km. por hora.

El conductor afirmó haber recibido instrucciones para conducir el tren durante dos días, pero, como ya indicamos, otras fuentes afirmaban que sólo fueron dos horas. También sostuvo que su intención no era fugarse del lugar del siniestro. Afirmó que, tras el accidente, perdió la memoria y volvió a recuperarla parcialmente al llegar a su casa. No recordaba cómo logró salir del tren, ni cómo llegó a su domicilio. Cuando la policía entró en su casa a detenerlo lo encontró sentado en una silla, muy pálido y nervioso: parecía estar al borde de un colapso.

Durante el juicio, el Fiscal del Distrito manifestó:

El accidente fue, sin duda, debido a la negligencia y la imprudencia del conductor… Este hombre fue desplazado de su oficio de vendedor de billetes para conducir el tren. Desapareció inmediatamente después del accidente y, al parecer, alguien lo ayudó a escapar. Condujo con un excesivo índice de velocidad al tomar la curva e hizo caso omiso de las señales. Cuando su coche se salió de los raíles, el segundo, el tercero y el cuarto se destrozaron. Estos tres coches estaban hechos de madera y tenían al menos veinticinco años de edad

A pesar de las contundentes acusaciones del Fiscal, en el juicio, que se celebró en Nassau County, todos los procesados fueron absueltos, incluso el conductor. Luciano, que rompió a llorar durante el juicio, insistió en que había cumplido con el procedimiento, aunque existían numerosas pruebas que indicaban lo contrario.

Para intentar olvidar la tragedia, Malbone Street pasó a llamarse Empire Boulevard.

Fuente y agradecimientos:  http://www.ovejaselectricas.es/?p=1067

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