La historia tiene momentos muy sorprendentes y uno de ellos acaeció en 1793 en Francia cuando los verdugos franceses se negaron a usar la guillotina. Durante la monarquía el cargo de verdugo era un puesto retribuído que se heredaba de padres a hijos. Cada capital de cantón pagaba uno de estos cargos y cada ciudad, por poca importancia que tuviera, ostentaba el orgullo de disponer de un ejecutor de la justicia. Sin embargo estos cargos no se ejercían casi nunca y los verdugos vivían apaciblemente, puesto que en muy pocas ocasiones actuaban.
Pero el 23 de junio de 1793 la Convención ordenó a los verdugos de Francia que se repartieran por todo el territorio de la República, uno por departamento, y aprendieran a servirse de la guillotina. Los verdugos se escandalizaron, presos de un verdadero pánico.
En los Archivos Nacionales de Francia existe una enorme carpeta llena de cartas de estos infelices que jamás habían ejecutado a nadie y que se recusaban “por causa de inexperiencia e incapacidad”. Incluso existe la carta de un verdugo de Sens en que dimite categóricamente de su cargo, pues aunque reconoce su oficio “jamás ha ejercido sus funciones él ni lo hizo en vida su padre”.
Ante este estado de cosas y con la firme resolución de la mayoría de los verdugos contra la pena de muerte, el ejecutor de París Sansón y sus hijos se tuvieron que multiplicar por todo el territorio francés. También hubo bastantes aficionados que se ofrecieron a ser guillotinadores aunque la historia calle piadosamente sus nombres.
Hasta que en 1965 se abolió la pena de muerte, en Gran Bretaña había un elenco permanente de ejecutores oficiales. Este empleo a tiempo parcial fue siempre requeridísimo. En 1953 la Comisión Real observó: “Sin duda, la ambición que impulsa a un promedio de cinco personas por semana a postularse al cargo de verdugo revela cualidades psicológicas que ningún Estado desearía alentar en sus ciudadanos”.
En la historia de las civilizaciones, diferentes personajes han ejercido el oficio de verdugo:
En las antiguas monarquías asiáticas, ejercía el oficio de verdugo uno de los principales dignatarios de la corte, dignificado con el título de gran sacrificador.
Entre los israelitas, la sentencia de muerte se ejecutaba por todo el pueblo, por los acusadores y por los parientes del interfecto y aun a veces por los mismos jueces.
En algunos países de Alemania, la sentencia de muerte se ejecutaba por el más joven de la comunidad.
- En Hedien, por el último avecindado en la ciudad.
- En Franconia, por el último que se había casado.
- En algunos países, eran designados como ejecutores de altas obras los taberneros y carniceros.
0 comentarios:
Publicar un comentario
Vamos comenta, deja tu impresión, para nosotros es importante conocer lo que opinas del post que acabas de leer, si tienes alguna sugerencia o petición con gusto la tomaremos en cuenta.