Fragmento "El coleccionista de ombligos"

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Portishead - Glory box



Por la noche había hecho un calor horrible, que nuestros ardores no habían atenuado. Casi no podía asir su cuerpo húmedo, resbaladizo, y a ella le ocurría lo mismo con el mío. Habíamos desconectado el gran ventilador que se cierne como un antiguo instrumento de tortura sobre mi cama, porque hacía demasiado ruido y además temíamos enfriarnos.

***

Así pues, nos movíamos despacio, casi a cámara lenta, como esos púgiles que entablan una danza sigilosa antes de entrar en combate. Evitábamos los besos, aunque a ratos yo le lamía el sudor de los párpados y el embriagador licor de mandarinas que había escanciado con cuidado en el pequeño cuenco de su ombligo. Nos acariciábamos sólo entre las piernas, para no acalorarnos más aún, hasta que por fin ella tiraba de mi tenso manubrio y con infinitas precauciones nos tratábamos íntimamente.

Ni siquiera entonces hacíamos uso inmediato de los movimientos pélvicos convencionales. Permanecíamos mirándonos a los ojos, como esos amantes orientales que retrasan el orgasmo cuanto pueden, hasta que el deseo empezaba a desbordarse, imperioso, y nuestros vientres se juntaban e iniciaban un vaivén placentero.
Al abandonar su umbrío túnel, con los últimos temblores de la excitación, mi congestionado báculo producía un chasquido como el del metal que se enfría. Varias veces, en el transcurso del lance amoroso, tuvimos que interrumpirnos para secarnos con las toallas o para refrescarnos bajo la ducha, antes de seguir ofrendando al insaciable Eros.


-Vicente Muñoz Puelles-

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