Lo único que siempre he querido es una llave en el bolsillo

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Joaquín Sabina - Nos sobran los motivos



Esta casa, que es la mía, está llena de tonterías. Soy un coleccionista de imbecilidades. Un cachivachero, como se dice en el Perú. Entonces no voy a decir que el mejor regalo que tengo es tal muñeca que guardo por ahí, o tal virgen o tal candelabro, ni tampoco la primera edición de tal libro. Prefiero ponerme un poco solemne al pensar en el regalo que más me ha hecho ilusión en la vida y decir con absoluta honestidad que mi mejor regalo fue una llave. Sí una llave: la primera que tuve, a los diecisiete años.

Todos los escritores y todos los cantantes y todos los pintores suelen decir que su patria es la infancia, y que quisieran volver a su infancia. Pero yo me siento un bicho muy raro porque, a pesar de haber tenido una infancia nada infeliz, pienso que lo único que siempre he querido es tener una llave en mi bolsillo para que nadie pudiera decirme a qué hora había que volver y para que nadie pudiera darme órdenes. Y esa llave la tuve por primera vez en una pensión mientras estudiaba en la Universidad de Granada. No recuerdo un momento más feliz en mi vida que al tener esa llave en el bolsillo y decir: «Ahora regreso cuando me salga de la punta de la polla, no cuando me diga mi padre». De veras la miraba como si fuera el Santo Grial. La llave es un símbolo fálico, ¡carajo! Abre cosas, no me joda. ¡Abre de todo! Si no tienes una llave, eres un eunuco, una mierda, no sirves para nada. Hay que tener una llave. Todos deberíamos tener una.

Desde aquel entonces hasta hoy, puedo decir que aún conservo esa llave. Es decir, hasta los diecisiete años yo era un niño de provincia, con una familia muy estricta, católica, apostólica, romana, franquista y fascista. Mi padre era comisario de policía, y muy buena gente y poeta de campanario. Pero la vida en un pueblo de provincia, en esos duros años del franquismo, era muy gris. Recuerdo esa época como si lloviera todo el tiempo, lo cual es mentira, por supuesto, un invento de imaginación, aunque la imaginación suele ser más justa que la realidad. Y yo quería huir de esa realidad. Quería crecer, quería ser mayor, ser adulto. Por eso digo que jamás he querido volver a mi infancia. Yo quería mi llave.

En verdad, ahora que lo pienso, creo que quería convertirme en un viejo verde, y lo estoy consiguiendo. Para mí esa llave, aunque parezca cursi, aunque parezca primario, aunque parezca lo que parezca, era mi pequeño símbolo de la libertad. Con esa llave por fin estaba solo: iba a la universidad, me enseñaban libros, me presentaban chicas, me daban whiskies baratos, y podía trasnochar a mi antojo. No había una estructura superior a mí. Ni mis padres ni la Iglesia ni el sindicato ni el pueblo ni la familia ni las vecinas ni la puta que los parió. Ya no había nadie que me diera órdenes. Nunca más.

***

Soy un regalón. Me gusta regalar, y entonces tengo muchas broncas con mis novias y con mis amigos, porque siempre regalo lo mejor que tengo. Si alguien me dice: «Este cuadro me gusta», y es el mejor cuadro que yo he tenido en mi vida, pues se lo regalo. Uno sólo debe regalar aquello de lo que le duele mucho desprenderse. Ir a una tienda y comprar cualquier cosa para una chica, no: regálale lo que más amas. Además, he tenido la suerte de algunos amigos que han oído esta teoría luego de que me han hecho unos regalazos. Por ejemplo, tengo dos capotes de toreo, uno de Antoñete y otro de José Tomás. A ambos toreros les pregunté: «¿Por qué me regaláis estas joyas?». Y me respondieron lo mismo: «Porque nos duele mucho». Eso me encanta. Lo otro, lo que compras, lo que te sobra, no vale nada.

Lo que sí me ha pasado una vez, debo admitirlo, es eso que dice Enrique Vila-Matas: que he comprado un libro y me lo he terminado quedando para mí. Hace poco un médico me revisó el estómago y me hizo una cosa cojonuda. Realmente genial lo que me hizo el tipo. Entonces me dije que tenía que hacerle un regalazo. Fui a un anticuario y conseguí L’Anatomie du corps humain, de 1684. Una absoluta joya, que decidí quedármela para mí. Es la única vez que me ha pasado. Debe ser porque lo único que me he regalado a mí mismo con verdadero cariño y orgullo son libros. Libros raros, que no aprecia nadie. He tenido mil guitarras, pero ninguna me ha emocionado. Tampoco tengo una gran discoteca ni suelo escuchar mucha música. Pero los libros me parecen objetos sagrados. Tengo primeras ediciones de Vallejo y un tesoro de Neruda: el ejemplar número cincuenta y siete de una edición cien de Residencia en la Tierra. Pero basta. Ya me estoy poniendo solemne otra vez.

Un testimonio de Joaquín Sabina | De una entrevista de Toño Angulo Daneri y Diego Salazar

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