La vida privada de los verdugos

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En la imagen, un oficial de las SS toma el sol junto a sus ayudantes. En sus rostros hay una expresión de felicidad, parecen aprovechar el sol para charlar de sus cosas. Ellas se han echado una mantita sobre las piernas, tal vez para protegerse del frío de la tarde. Unos metros más allá, las cámaras de gas trabajan a pleno rendimiento.

Soldados que entonan alegres canciones o ríen junto a las enfermeras, despreocupados muchachos que pasan una tarde en el campo y se divierten junto a sus compañeros. Las imágenes fueron tomadas entre mayo de 1944 y enero de 1945 y pertenecen a un álbum particular recibido por el Museo del Holocausto de forma anónima.
En la época en que están tomadas las instantáneas, el campo de concentración de Auschwitz trabajaba a un ritmo de aniquilamiento de unas 10.000 personas diarias y funcionaba como una cadena de montaje. Los sonrientes muchachos retratados en el álbum organizaban los pelotones de prisioneros judíos y les obligaban a desnudarse. Un grupo de ellos cortaba el pelo de las mujeres que después se aprovechaba para fabricar almohadones.

Seguidamente, los soldados conducían a sus víctimas a toda prisa hacia las cámaras de gas y escuchaban sus espantosos gritos antes de morir. Muchos se divertían con el espectáculo y hacían las más variadas bromas. Después, inspeccionaban los cadáveres y sacaban el oro de los dientes y los anillos de los dedos.

Cerca de un total de 1.000 hombres y 200 mujeres de las SS sirvieron como supervisores de vigilancia en el complejo de Auschwitz. Junto a los barracones de sus víctimas, sus instalaciones disponían de una panadería, una barbería, garaje, gasolinera, almacenes, y pequeños jardines con fuentes y hermosas flores.

En su descripción de los horrores del campo de Treblinka, Vasili Grossman asegura que aquellos alemanes se aplicaban a la tarea de exterminar gente “como si se tratara de cultivar coliflores o patatas”. “Hacían gimnasia; cuidaban apasionadamente su salud y comodidad de su vida cotidiana” – explica. “Cultivaban jardines y lechos de flores junto a sus barracones. Iban de vacaciones a Alemania varias veces al año, porque sus jefes pensaban que su trabajo era demasiado perjudicial para su salud y querían protegerlos”.

“A veces los hombres de las SS organizaban una especie de picnic junto a los hornos —prosigue Grossman— Se sentaban allí, a barlovento, bebían vino, comían y miraban las llamas…” “Organizaban partidos de fútbol, un coro y bailes para los condenados… Una de las principales diversiones eran las violaciones nocturnas y la tortura de las jóvenes más hermosas, seleccionadas de cada transporte de prisioneros. Por la mañana los propios violadores las llevaban a la cámara de gas”.

El comandante al mando de Auschwitz, Rudolf Höss, vivía a escasos metros de los crematorios, junto a su mujer y sus cinco hijos. Los testimonios de quienes le conocieron aseguran que Höss era un padre y marido ejemplar, un hombre tranquilo y de apariencia bonachona. Según Abram L. Sachar, “estaba orgulloso de su ejemplar vida familiar y de la dedicación a sus hijos y sus mascotas. Recordaba con nostalgia cómo se había visto obligado a irse de una celebración navideña para atender tareas en las cámaras de gas”.

“Cuando su canario murió, —explica Sachar— colocó con ternura su cuerpo en una pequeña caja, puso encima una rosa y lo enterró bajo un rosal del jardín”.

Vea el álbum de Auschwitz aquí.

Fuente y agradecimientos:  http://www.fogonazos.es/2007/09/la-vida-privada-de-los-verdugos.html

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